viernes, 16 de noviembre de 2007

Dame más señor Collins (segunda entrega)

guión original de Juan Cruz Bobillo.

El señor Collins sintió un deseo irrefrenable que se hacia carne en su lánguido pene de hombre de una sola mujer. Sus más oscuras pesadillas del subconsciente rogaban en capilla el acceso carnal inmediato de la joven y delgada geisha de muslos calientes y brazos firmes que le ofrecía masaje con aceites calientes.
Abrumado, con sus mofletes rojos el señor Collins casi pierde el conocimiento desgastado súbitamente por las imágenes de los jugos sexuales y los aceites calientes en su fláccida imaginación.
La simpática masajista, con un cliente casi en su bolsillo, con ademán inclinado y la vista al piso en señal de sumisión le indicaba con su brazo extendido el callejón oscuro empapado de esencias…
…que el señor Collins no se atrevió a encarar y con vergüenza evidente corrió hacia su auto mascullando masajes con aceites calientes. El señor Collins se sentó en su auto, resoplando; las manos de esa exótica mujer recorriendo su cuerpo impúdico de pies a cabeza, sentía la perversión recorrer sus venas y la curiosidad hubiese matado las vidas de siete gatos… masajes con aceites calientes a cambio de sólo un poco de sucio dinero.
El señor Collins no volvió a ser el mismo. Toda la tarde su mirada estubo perdida en el google con “masajes con aceites calientes” en la búsqueda, las imágenes que se sucedían en su perverso ser, el manjar asiático contorneándose como continuación de se pelvis esperando ser devorado por su apetito repentino y voraz. Y su esposa blanca y fofa destruyendo a patadas su castillo de naipes, su bronca por estar en coma y la excitación propia de lo prohibido al acercarse como una bola que todo lo arrasa la idea de regresar, esa misma tarde, a las cinco en punto a buscar a su fetiche asiático.
Con precisión inglesa el señor Collins abandonó su patética workstation sintiendo en su mano, que guardaba como bollos burocráticos papeles en su portafolio de cuero, el cosquilleo de sus yemas al tocar el cuerpo de su asiática dulce, acariciar por primera vez en su vida a alguien que no es su mujer.
Con la respiración agitada, el señor Collins bajó por las escaleras, saludo sin importancia al portero que no llegó a abrirle la puerta y con el corazón brotándole por la boca de arrojó dentro de su auto y raudo se puso en movimiento hacia su amarillo y rasgado deseo.
La decisión estaba tomada, el señor Collins satisfacería su fantasía asiática.

-continuará-

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