miércoles, 14 de noviembre de 2007

Señor Collins (primera entrega)

guión original: Juan Cruz Bobillo

El señor Collins no hubiera sentido hace un par de años lo que ahora siente, un viernes a las 4 de la tarde saliendo de una reunión de trabajo. La culpa lo persigue y lo alcanza, pero el señor Collins no volverá a su oficina, entre el tránsito vehicular, el tiempo que dilapida dando vueltas para encontrar algún agujero para estacionar, no vale la pena, no, la suma de las ínfimas pérdidas de tiempo entre que el portero le abre la puerta, el ascensor baja desde altos pisos para desembocar en los interminables pasillos que conducen a su silla, sacarse el saco y colgarlo en el respaldo, encender la computadora vieja que carretea irritando la paciencia tranquila y siempre calma del señor Collins.
El señor Collins ha decidido que no volverá a su oficina. Su instinto le impone como opción dar por terminada la jornada laboral y zambullirse en las manos de un buen masaje.
Hace semanas que extraña el relax de su espalda y su generoso sobrepeso le carga tensiones a sus vértebras que rechinan con una pizca de los indóciles movimientos que el señor Collins ya no se permite hacer.
Entusiasmado, el señor Collins se sube a su auto, en dirección hacia el lugar de siempre, la presa acude a la cita de su adicción, como un cordero manso, el señor Collins.
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Un error trajo al señor Collins a su segunda vida.
Tiempo atrás en el hastío creativo de su eterna monotonía, el señor Collins se permitió cambiar su constante menú soso de mediodía. El señor Collins naufragó su promiscuidad culinaria en un exótico restaurante de sabrosa cómoda extranjera.
Estacionó su auto a unas pocas cuadras que recorrió ansioso con el duro andar que el sedentarismo le permite. La comida fue un festín para sus sentidos, abría cada bocado una puerta que ya no se cerraría dentro del señor Collins. Las musas recorrían su paladar, nuevos sabores se tornaban en colores nunca vistos en su imaginación.
Excitado, confundido, más turbado que cuando descubriera su sexualidad jugando en un viejo galpón junto a su prima, el señor Collins pidió la cuenta y desandó el camino hacia su auto. En una esquina fue imposible disimular la atracción instantánea que le provocó un importante cartel que anunciaba sesiones de masajes por un módico precio. En una silla, sentada junto a una puerta que conducía a una escalera en penumbra estaba sentada una mujer asiática, hermosa, sonriente, jóven, tersa.
Enseguida el señor Collins pensó en un burdel, una casa de masajes al estilo de aquel tugurio donde traumáticamente dejó su inocencia en un colchón sudoroso, con una señora parecida a su madre, a cambio de un dinero robado de vueltos nunca devueltos.
El señor Collins, con anillo anular, votos cristianos y moral conservadora, no concebía otras formas de contacto corporal a cambio de dinero que no fuera el entregarse a las manos del diablo con orificio de mujer, la vil prostitución, el sexo sin amor.
-continuará-

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento... estoy esperando ansiosa la continuación! Me hace acordar a las novelas de Corin Tellado que leía en mi juventud.

Anónimo dijo...

muy bueno. se espera continuación!!!