domingo, 6 de mayo de 2007

Acariciando lo áspero

Me dormí tarde porque me entregaron la compu formateada a nuevo y tenía que reorganizarla como si fuese la mismísima alacena de las ollas, la cubertería, las cajas de cosas que nunca me imaginé que me iba a comprar y me terminé comprando. Pero ahora estaba con el disco rígido nuevo, organizando mi gabinete digital.
Lo siguiente que recuerdo es estar en un espiral cargando un mamotreto blanco climatizador de alimentos. Pasó que el gracioso del señor fletero no solo llego quince minutos antes que la cita original a las 8 de la mañana, horario ya de por si extremo un sábado, sino que también olvido u omitió el detalle de hacerse de dos muchachos fornidos con el ánimo bien desayunado como para bajar una escalera de cuatro pisos con una heladera a cuestas.
Transpiré en cubitos en algunas trastabilladas que me fui mandando con el paquete a cuestas.
Recordé frente a la computadora (no me pude volver a dormir) que tengo la licencia para conducir fitolas vencida, así que inicié sendos tramiterios que me absorberán buena parte de mi buena onda a corto y mediano plazo.
Finalmente, a las 10 de la matina le puse primera devuelta a la almohada y le di hasta las 12 y piquete. Soñé cosas raras, de incompletitud. Como si me faltase la minipimer o me gustaría garchar un poco más de vez en cuando. Pero descansé, yo a la mañana duermo mejor que nunca con el diario leído, algo en la panza, habiendo visitado a Walter Clos y algún centro cabeceado, llamadita, mailcito, en los primeros minutos del día.
Fuimos a Pilar. El clima no está como para andar en bermuda, sino que mas bien la humedad hace lo que quiere con el reuma de uno. Felizmente me clavé un set de milanas de soja con ensalada y me retiré disculpado a mis aposentos a echar un petisito. Dormí de muerte, hacia frío y yo tenía toda la sangre en la zapan, pero de lo frito que estaba no até nunca la excelente idea de taparme con el acolchado que yacía inútil e impertérito a los pies de la cama.
Me desperté, caminamos, contemplamos los campos sembrados de mosquitos y los colores de este otoño. El tilo esta perdiendo las chapas.
La sensación de vacio exsistencial parishiltoniano fue tal, que nos fuimos de shopping, a calmar nuestras angustias y carencias derrochando dólares falabelos. Clavamos en un rato la vajilla de doce comensales, cubiertería de argentum en composé, tacitas de té divinas, batería de ollas, sartenes, jarritos, tablas, fideera con colador incorporado, campera y 4 pares de zapatillas. Si, el auto lo tengo estacionado en la entrada noroleste, a gamba, bien cargadito de paquetes verde fosforecente como para cada vez que use esa cuchara de comer pomelo me acuerde de aquella vez en que atravesé un chopin center un sabado lluvioso con el mueble de la vajilla a la rastra.
Todo el viaje de vuelta bajo el granizo. La noche pintaba de difícil clarito porque la comida sería china con mi señora esposa y dos amigas, mas el tema de la agenda era que M cortó con el novio. Me las veía negras, podría haber sido esa típica noche en que ellas no hacen más que hablar de zapatos y ahí iba a estar yo, con el arrolladito primavera en una mano y abrazado a un fiel vinito para palear la noche de incendio.
Pero no, me equivoqué, los distintos rivetes del caso desenrollaron amenos momentos de entendimiento que sumaron una página nueva en cuaderno de entendimiento entre los sexos.
Y después me vine para acá y desde que llegué estoy escribiendo boludeces y corrigiendo, poniéndole las putísimas tildes a toda vocal que se lo merezca.

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