Faltan minutos para que cierre este día de elecciones en la Ciudad de Buenos Aires.
Hoy me desperté temprano, con la angustia de tener que tomar una decisión trascendente sin tener nada en que confiar, en donde apoyar la razón para decidir.
Votar es muy importante. No sirve para casi nada, pero es el mínimo ejercicio de libertad que tiene este país al que la democracia le ha costado y le cuesta tanto esfuerzo.
Ahí estoy, en un aula fría, iluminada como una casa de sepelios empapelada de falsas promesas.
No existe más la derecha y la izquierda, existen los conceptos amorfos y el cinismo campaña.
Muchas veces mi descredibilidad fue tal que me limité a impugnar mi voto. Nunca voté a alguien que haya ganado, soy un gran perdedor, no como Mauri, el mesías de Perón.
Hoy me desperté temprano, con la angustia de tener que tomar una decisión trascendente sin tener nada en que confiar, en donde apoyar la razón para decidir.
Votar es muy importante. No sirve para casi nada, pero es el mínimo ejercicio de libertad que tiene este país al que la democracia le ha costado y le cuesta tanto esfuerzo.
Ahí estoy, en un aula fría, iluminada como una casa de sepelios empapelada de falsas promesas.
No existe más la derecha y la izquierda, existen los conceptos amorfos y el cinismo campaña.
Muchas veces mi descredibilidad fue tal que me limité a impugnar mi voto. Nunca voté a alguien que haya ganado, soy un gran perdedor, no como Mauri, el mesías de Perón.
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