jueves, 19 de julio de 2007

Bombs away

Hace 13 años, salí de mi casa en Acassuso y camino a la estación me prendí un pucho. Me encantaba fumar a la mañana. Esperé el tren. Había arreglado con Diego encontrarnos en el anteúltimo vagón. Eran vacaciones de invierno del primer año de facultad y si bien cursábamos en Martinez había que anotarse en el centro.
Llegamos a Retiro, combinamos subtes y asomamos en Córdoba y Junín.
En esa época, anotarse en la facultad era poco menos que un bardo. Había unos cuadernitos con las ofertas de materias, una planilla con las correlatividades y había que hacer malabarismos con los horarios de cursada (no a las clases de los sábados, minimizar los tiempos muertos y evitar los viajes de tres horas para una clase de dos).
Entre café, luneta y papelerío, nos sentamos en un banco en el patio de los baños que está al lado de la rotonda.
A las 9:53 explotó un coche bomba a una cuadra y media. Llovía polvo. Sirenas, caos. Murieron 83 personas en el barrio donde hoy vivo. Nunca se quiso saber que pasó.
Recién me enteré una hora después en mi walkman, sobre el tren rodando por Retiro que había sido un atentado contra la AMIA.
Ayer el caos era tal, que para llegar a mi casa tuve que abandonar el auto y caminar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el anteultimo vagon me lleva al segundo, porque el segundo era el de la vuelta. si no fue así no importa, pero yo guardé las vueltas envueltos en el sol mañanero de las once. con las orejas llenas de cual es. con el masaje de los asientos viejos verdes cosidos. esos que acomodabamos para ir de a 2, con la nonona a flor de piel y que nadie nos vendiera tres chocolates un pesito lo que vale.